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De pollos y hormonas

Por: Efraín Rúa

Un verdadero escándalo provocaron las frases que le dedicara el presidente Evo Morales al consumo de transgénicos y a alimentos elaborados por las grandes industrias. "El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres", aseguró.

Los que se sintieron aludidos salieron a decir que no estaban probadas sus afirmaciones. Pero lo cierto es que el consumo de transgénicos representa un riesgo para la salud. Lo mismo que el engorde de aves. Los pollos desarrollados industrialmente tienen un alto contenido de hormonas, sustancias que pueden elevar el nivel de estrógenos (hormonas femeninas) tanto en hombres como mujeres provocando trastornos hormonales, acelerando la pubertad o incidiendo en el cáncer de mama, según los expertos. O sea que las afirmaciones de Evo no pueden descartarse tan alegremente.

Y pese a que Evo no citó a los homosexuales, la Confederación Española de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (COLEGAS) exigió una rectificación pública al presidente boliviano y anunció que transmitiría su malestar a la embajada de ese país en España. "Este tipo de afirmaciones sin base científica alguna, son además de insidiosas y falaces, un mensaje de odio y rechazo a la población homosexual, sobre todo cuando quien las hace es el presidente de un país", declaró un representante de COLEGAS.

Es cierto que la falta de estudios sobre los efectos negativos de los alimentos modificados genéticamente para la salud humana es conocida. Y que es una ignorancia conveniente para la industria. Nadie sabe el efecto del consumo intensivo de la soya y el maíz a los que se le introducen venenos para insectos con el objeto de combatir las plagas. Hasta el momento, sólo se conocen sus efectos alergénicos. En todo caso, la reacción de COLEGAS obedecería más a su relación con el Partido Popular, al que lo une sus críticas a la revolución cubana. Su respuesta no es gratuita.

Los riesgos de los transgénicos han sido advertidos por diversos científicos. Nelkin y Lori Andrews afirman, en su libro The DNA Mystique, que el riesgo asociado con las tecnologías de ADN es similar al riesgo asociado con la energía nuclear. Otros expertos advierten que presentan peligros como la contaminación por el uso de productos químicos; la creación de alergias y la perdida de nutrientes de los alimentos.

Otros problemas son la resistencia de las bacterias patógenas a los antibióticos y la reducción de la eficacia de los medicamentos para combatir las enfermedades humanas. Incluso se asegura que el uso de herbicidas como el Bromoxynil puede llegar a provocar cáncer.

Han pasado más de 30 años desde que los transgénicos se difundieran por el mundo con la promesa de erradicar el hambre, basados en una agricultura intensiva a la que sus propagandistas insistieron en llamar “revolución verde”. La campaña fue millonaria pues la mayoría de alimentos comercializados está en manos de media docena de empresas trasnacionales. Empresas que se hicieron más poderosas en los 90 gracias a un proceso de fusiones en tiempos de globalización. Su objetivo: conquistar el mundo con sus productos malsanos.

Aquellos que se rasgan las vestiduras cuando escuchan decir que el consumo de transgénicos provoca trastornos sexuales o la caída del cabello, deberían reparar en el inmenso desafío que enfrentamos para detener el calentamiento global y que sólo podrá triunfar aplicando un modelo de agricultura sustentable, basada en la producción campesina con modelos y prácticas ancestrales ecológicas.

Un modelo que asegure la soberanía alimentaria de los países, entendida como el derecho de los pueblos a controlar sus propias semillas, las tierras, el agua y la producción de alimentos, garantizando el acceso de los pueblos a productos variados y nutritivos.

Los agro negocios son una de las causas principales del cambio climático. Sus herramientas tecnológicas, comerciales y políticas no hacen más que profundizar la crisis climática e incrementar el hambre en el planeta. Este modelo pretende ser perpetuado a través de los Tratados de Libre Comercio y acuerdos comerciales que mandan otorgar derechos de propiedad intelectual sobre los organismos vivos y promocionan soluciones a la crisis agraria como los agro combustibles, que únicamente agudizarán la crisis actual.

Se trata del mismo modelo que pretende imponer grandes proyectos de infraestructura, invadiendo territorios comunales para destruir los bosques, un modelo que privatiza y mercantiliza el agua y militariza los territorios expulsando a los pueblos indígenas y campesinos de sus tierras.

Todos aquellos que respaldan este modelo deberían recordar la advertencia que lanzó en los años 60 el científico James Lovelock al plantear su teoría Gaia, que consideraba a la Tierra como un sistema vivo autoregulado, que genera sus propias defensas. Él advertía que los desastres climáticos no son más que la respuesta a la depredación del planeta.

Su teoría quedó en evidencia cuando en 1986 se descubrió que el sulfuro de dimetilo, un gas producido por las algas marinas, está relacionado con la formación de las nubes y el clima. Lovelock observó que más allá de las 500 partes por millón de CO2 en la atmósfera el sistema autorregulado por la Tierra se desmorona al colapsar el ecosistema oceánico.

Hoy, los científicos conocen que hace 55 millones de años la liberación de CO2 y metano por causas naturales por encima de los 500 ppm (partes por millón) incrementaron la temperatura en 8ºC en las regiones templadas del norte y en 5ºC en los trópicos. Las consecuencias de ese calentamiento duraron 200.000 años y causaron la extinción en masa de numerosos organismos vivos.

Lovelock, autor del libro “La venganza de la Tierra”, afirma que “los ecosistemas naturales de la Tierra regulan el clima y la química del planeta y que no están ahí simplemente para proveernos de alimentos o materias primas”. Una advertencia que le importa poco a los depredadores, que tampoco escuchan su última profecía: antes del final del siglo XXI el cambio climático habrá reducido la población mundial a poco más de 500 millones de personas.

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