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Clic, clic, bang, bang LAS MEMORIAS DE ROBERT CAPA

Por Angel Berlanga | Página 12 Disonancia, perplejidad, contradicción, asombro: eso producen las memorias que Robert Capa escribió sobre sus experiencias como fotógrafo durante la Segunda Guerra Mundial, entreveradas en Ligeramente desenfocado con las imágenes que consiguió y documentó entre el verano de 1942 y la primavera de 1945. Anota su biógrafo Richard Whelam en la introducción de este libro, publicado originalmente en 1947, editado ahora por primera vez en castellano, que Capa siempre soñó con ser escritor y que la casualidad lo llevó al oficio que lo consagraría y que, también, lo llevaría a la muerte en 1954, en Indochina. Pisó una bomba enterrada mientras buscaba perspectiva para una buena toma. “Si hacés fotos que no son lo suficientemente buenas es porque no estás lo suficientemente cerca”, solía decir Capa. Nadie podría reclamarle a él más cercanía a la hora de hacer aquello que lo hizo trascender, sus fotos de la guerra. Los tramos en los que Capa cuenta, crudamente, qué riesgos corrió para hacer las tomas, en qué contextos hizo la mayoría de sus imágenes, ayudan a dimensionar la magnitud de su trabajo y la singularidad que alcanzó en su oficio. Como narrador ni roza la raya de la solemnidad, aunque se excede pisando el territorio de lo “ocurrente” (y sin embargo, la mayoría de las veces se burla de sí mismo). Su relato incluye, además, los vaivenes amorosos con su chica, Pinky, las grietas en la relación mientras se empeña en seguir con su trabajo de reportero. Por momentos Capa da la impresión de estar demasiado preocupado por presentarse como personaje, como si no fuera suficiente su oficio y su posición. Quizá fuera una forma de sacudirse el horror. Su relato de cómo se largó en la vanguardia del desembarco en Normandía es estremecedor. También el de su lanzamiento en paracaídas sobre el Rin, en la ofensiva final. Capa dosifica varias de esas instancias límite y las entrevera con el relato de sus maniobras para conseguir permisos (estuvo en primera línea unas cuantas veces y su origen húngaro solía complicarlo), sus encuentros en el frente con Hemingway y Ernie Pyle, sus llegadas a ciudades liberadas de fascistas. En medio de todo eso hay, siempre, botellas: de whisky, de vino, de brandy. Para conseguir un permiso, para disfrutar, para compartir, para olvidar. O para festejar la suerte que tuvo una vez en un camino africano. No había baños cerca, fue hacia unos cactus y vio el cartel: Atchung! Minen! Tuvo que esperar, quieto, hasta que largo rato después llegó alguien con un detector de metales. Esa noche se alzaron los vasos y se rieron de su historia. Los escrúpulos del oficio Por Robert Capa Por la mañana había salido una elegante formación de veinticuatro aviones, pero después de escudriñar todo el cielo, contamos tan sólo diecisiete. Los bombarderos hicieron tráfico alrededor de la torre de control, esperando que se les concediera permiso para aterrizar. Uno de ellos había perdido el tren de aterrizaje, y algunos de sus tripulantes estaban heridos. La torre le dio prioridad, ordenándole que intentara el aterrizaje forzoso. Preparé mi Contax y terminé casi un rollo completo antes de que el avión se detuviera por fin, intacto. Corrí al avión y ajusté mi segunda Contax. Se abrió la escotilla y los médicos desembarcaron lo que quedaba de un tipo. Aún se quejaba. El siguiente ya no. El último en bajar del avión fue el piloto. Parecía estar bien, salvo por un ligero rasguño en la frente. Me moví para conseguir un primer plano y él se detuvo a medio camino y gritó: “¿Son éstas las imágenes que estás buscando, fotógrafo?”. Guardé la cámara y regresé a Londres sin despedirme. En el tren de vuelta, con aquellos rollos de película bien aprovechados en mi bolsa, sentí odio hacia mí mismo y hacia mi profesión. Ese tipo de fotografía era apta sólo para sepultureros, y yo no quería ser uno. Si tenía que participar en un funeral, juré que lo haría desde el cortejo. Me sentí mejor a la mañana siguiente, tras discutir el asunto con la almohada. Mientras me afeitaba, mantuve una conversación conmigo mismo acerca de la imposibilidad de ser reportero y hacer gala al mismo tiempo de un espíritu compasivo. www.tercaopinion.org



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