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CHURCHILL. UN GUERRERO HASTA LA RAÍZ DEL ALMA

Por: Brian Urquhart

La aparición en Nueva York de "Winston's War", de Max Hastings, abre de nuevo el telón para un personaje fascinante, que aquí se muestra amigo del peligro, demasiado imprevisible para ser conservador, y al mismo tiempo capaz de convertirse en ícono del orgullo patriótico inglés.

La palabra clave "Cromwell" – la advertencia de que la invasión alemana era inminente– fue comunicada a las unidades del ejército británico el 5 de septiembre de 1940. De inmediato, la Brigada 130 de Infantería de la 43° División (Wessex), en la que yo prestaba servicio, recibió órdenes de dirigirse hasta la costa sudeste para tomar posiciones en y alrededor de Dover, el puerto británico más cercano a Francia, entonces ocupada. A nuestra división se le dijo, después de las pérdidas en Dunkerque, que era la única bien pertrechada en Inglaterra, pero la mayoría de nosotros no tenía experiencia de guerra, y durante el adiestramiento habíamos disparado sólo nuestros rifles de la Primera Guerra Mundial; no había municiones para práctica con morteros ni armas antitanques. Unos doscientos soldados Dorset de mi viejo batallón defendían la bahía de St. Margaret, una saliente de arena al este de Dover, playa factible para un desembarco alemán. (Acababan de nombrarme oficial de inteligencia de la brigada porque hablaba bien francés y alemán.) Fui a visitarlos muchas veces y los encontré siempre llenos de entusiasmo y de confianza. "Los alemanes se van a llevar una fea impresión si tratan de desembarcar acá", decían.

Cuando terminó la guerra, leí el plan alemán de invasión, Operation Seelöwe (Lobo Marino). La Bahía de St. Margaret era sin duda una de las principales playas de desembarco –un intenso bombardeo aéreo y marítimo, paracaidistas detrás de la playa, unidades anfibias y blindadas llegando por mar, seguidas por divisiones de infantería, se abatirían sobre nuestros doscientos fieles combatientes con sus viejos rifles. Aun en 1940, podríamos haber previsto, al menos en parte, esa pesadilla y sentido pavor ante el grotesco desequilibrio de fuerzas, pero afortunadamente Winston Churchill había cautivado nuestras imaginaciones. Esa voz indómita y rugiente en la radio nos había dicho que era nuestra hora más brillante. Sin el número, el armamento y la experiencia, o el adiestramiento adecuados, sus palabras eran nuestra mejor, quizá nuestra única, defensa. Por suerte, finalmente no tuvimos que someterla a la prueba de resistir una invasión alemana. Aunque en ese momento era imposible imaginar cómo ganaríamos la guerra, nos resultaba inconcebible perderla. Eso también formaba parte del efecto Churchill.

1.

Sobre Winston Churchill en ese momento, Max Hastings escribe: "Su máximo logro en 1940 fue movilizar a los guerreros de Gran Bretaña, acallar, avergonzados, a los escépticos y avivar las pasiones nacionales para que durante una temporada el pueblo británico enfrentara al mundo unido y exaltado. El 'espíritu de Dunkerque' no fue espontáneo. Fue creado por la retórica y la presencia imponente de un hombre desplegando poderes que de ahí en más definirían el liderazgo político." Winston's War: Churchill, 1940-1945 [editorial Knopf ] es una proeza. Con la gran cantidad de obras sobre Churchill publicadas en los últimos sesenta y cinco años, sería lógico pensar que todo lo significativo seguramente ya se dijo, pero Winston's War plantea algo nuevo y diferente. El liderazgo inspirado y la fuerza de voluntad única de Churchill salvaron a Gran Bretaña de la derrota y la ocupación y contribuyeron en gran medida a posibilitar, en definitiva, la alianza victoriosa. La investigación a fondo, las citas, las anécdotas y los comentarios de Hastings crean la imagen viva del genio, así como también las deficiencias heroicas de este ser humano sumamente dotado y fascinante.

Los otros libros de Hastings sobre la Segunda Guerra Mundial son notables por la estimulante relación que establece entre estrategia militar, tácticas, batallas, personalidades y análisis reflexivo, todo iluminado por descripciones personales de soldados y de los civiles que éstos encontraban en su camino.

Winston's War es uno de esos raros libros que producen en el lector un sentimiento palpable de excitación, miedo, frustración, pesar, temor, una demasiado frecuente euforia, y el cansancio entumecido de esos tiempos aciagos, además de una interpretación lúcida de lo que sucedió y por qué. El estilo retórico, literario y comunicativo y el ingenio de Churchill aportan un contrapunto vívido y a veces divertido a las opiniones sucintas y sagaces del propio Hastings.

2.

Pocos líderes asumieron el poder en circunstancias tan terribles. Churchill entró en 10 Downing Street el 10 de mayo de 1940, primer día de la Blitzkrieg alemana contra Europa occidental. Venía adquiriendo fuerza un movimiento de paz, al frente del cual se encontraba Lord Halifax. (Después de setenta años, la idea de hacer "las paces" con un Hitler victorioso desde una posición desesperadamente débil y sus consecuencias inevitables, continúa siendo aterradora.) El primer gran logro de Churchill consistió en acabar con esa idea catastrófica, un esfuerzo complicado considerando que no podía sostener con realismo ninguna perspectiva de una pronta recuperación militar británica. Apenas un mes más tarde cabía la posibilidad de que toda la Fuerza Expedicionaria británica en Francia fuera tomada prisionera. El "milagro de Dunkerque" evitó, por lo menos, ese desastre –cuando 300.000 soldados fueron rescatados y traídos, cruzando el Canal, muchos de ellos en pequeños botes particulares–, pero entonces Francia se rindió, y Gran Bretaña quedó sola para luchar contra Hitler.

Inicialmente, la posición política de Churchill fue débil. Su propio Partido Conservador en su mayoría no lo quería y desconfiaba de él por considerarlo inconformista y susceptible de cambiar de bando. El país en general lo veía como un aristócrata voluble y aventurero, recordado sobre todo como el instigador de uno de los desastres más espectaculares de la Primera Guerra Mundial, la operación Dardanelos.

En palabras de Hastings, el derecho de Churchill al liderazgo en tiempo de guerra tenía como fundamento "su carácter personal y su experiencia como enemigo del apaciguamiento. Era un guerrero hasta la raíz del alma…" Entre los políticos británicos no había ningún otro con esas cualidades, pero si pretendía poner al país de su parte para continuar la lucha militar, debía ganarse la confianza del pueblo británico, lidiando a la vez con la mayor amenaza que había enfrentado Gran Bretaña en toda su historia. Se ganó la confianza del pueblo durante el verano crítico de 1940 gracias a una exhibición de coraje, provocación y liderazgo que no ha sido superada.

El triunfo de Churchill consistió que durante más de un año Gran Bretaña sobreviviera al peligro de la invasión y persistiera en la lucha contra Hitler, creando de esa manera un punto de reunión y una base para los ulteriores aliados en el conflicto mucho más grande que vendría. Pese a los enormes riesgos implícitos, éste fue el período más simple y satisfactorio del liderazgo de Churchill. El era el único que mandaba.

En junio de 1941, la Unión Soviética, antiguo cómplice de Hitler, fue invadida y se transformó en aliada de la lucha antinazi. A los cinco meses y medio, Pearl Harbor empujó a los estadounidenses a la guerra con Japón, y pocos días más tarde, Hitler, inexplicablemente, le declaró la guerra a Estados Unidos. Acerca de este ingreso de Estados Unidos en la guerra, Churchill escribió: "Me fui a dormir y dormí como los salvados y los agradecidos. Como uno espera que sea el sueño eterno".

En diciembre de 1941 existían, por fin, considerables razones para creer que la guerra podía ser y sería ganada, pese a los años de amarga lucha que quedaban por delante. Irónicamente, éste fue también el comienzo del fin del predominio de Churchill como líder de la guerra. Los inmensos recursos de los Estados Unidos y la sola cantidad y la dimensión de la Unión Soviética reducirían en adelante en forma constante el rol y la influencia de Gran Bretaña y de su extraordinario primer ministro. La reputación ya legendaria de Churchill en el mundo ciertamente mitigó ese proceso, pero su influencia en las reuniones cumbre decayó desde la primera visita triunfal a Washington en tiempo de guerra, en 1941, hasta las frustraciones de Teherán y Yalta (que Churchill llamó "la Rivera del Hades") y la humillación final en 1945, cuando por votación fue desplazado de su cargo en medio de la cumbre posterior a la guerra europea en Potsdam.

3.

Churchill mantuvo en público una actitud siempre positiva y entusiasta con respecto a sus dos gigantes aliados, pero sus relaciones con éstos pasaron a ser una lucha permanente y desigual. Su perspectiva imperial de fines del siglo XIX –había querido mantener a Gandhi en la cárcel durante la década de 1930– y sus opiniones a veces obstinadas acerca de estrategia y operaciones fastidiaban a Franklin Delano Roosevelt (FDR), e irritaban de manera creciente al soldado estadounidense más importante, el general George Marshall. Churchill era amargamente consciente de las fallas militares de Gran Bretaña, de las limitaciones de sus generales y de su incidencia decreciente en la lucha.

El análisis que hace Hastings de las relaciones anglo-norteamericanas y la relación entre Churchill y FDR es un tema importante a lo largo de todo su libro. Gran Bretaña necesitaba con desesperación la ayuda de Estados Unidos, pero en 1940 Estados Unidos no simpatizaba totalmente con las exigencias bélicas británicas, y una gran mayoría en el pueblo y en el Congreso estaba decidida a mantenerse al margen de otra guerra europea. Esto limitaba considerablemente lo que podía hacer el presidente Roosevelt para ayudar.

Las compras de pertrechos fueron estrictamente en efectivo hasta fines de 1941. Para pagar esas facturas, las empresas británicas en Estados Unidos fueron vendidas a precios de liquidación, y un barco de crucero estadounidense recogió las últimas £50 millones en lingotes de oro de Gran Bretaña en Ciudad del Cabo. Sobre la primera ronda de préstamos con opción a compra, el secretario de Relaciones Exteriores Anthony Eden escribió: "Nuestros istmos desesperados justificaban sus términos".

En la jerarquía superior del ejército estadounidense había muchos que no tenían ningún entusiasmo por otra expedición europea para pelear por la causa británica, y algunos que eran abiertamente antibritánicos. Las sospechas de motivos imperiales también reducían el poco entusiasmo que existía por ayudar a Gran Bretaña. Había excepciones notables –Harry Hopkins, Averell Harriman, John Winant y Edward R. Murrow, por ejemplo– que fueron infatigables durante toda la guerra preservando la cooperación y el respeto mutuo entre ambos países.

La relación personal de Roosevelt y Churchill era, a los fines oficiales por lo menos, un símbolo importante de afecto y solidaridad. Ambos hombres eran excelentes actores, pero a nivel personal había, al parecer, escasa amistad verdadera o simpatía recíproca. FDR, escribe Hastings, tuvo "la capacidad de forjar una ficción de intimidad", pero los dos tenían un carácter muy diferente. "Churchill era lo que parecía. Roosevelt no", comenta Hastings.

Las ideas de Churchill sobre la guerra diferían en forma fundamental de los principios estratégicos que guiaban a George Marshall y sus generales colegas. Hastings explica que en tanto la doctrina estadounidense básica era la concentración de fuerzas, Churchill tendía a favorecer formas románticas de guerra que diseminaban las fuerzas aliadas hacia lugares exóticos e inesperados. A Churchill no le gustaba la jugada fuerte de invadir Europa a través del Canal de la Mancha e instó reiteradamente a realizar operaciones en el Mediterráneo como puntos de partida alternativos para el segundo frente. La desastrosa campaña italiana fue parte de esta preferencia, al igual que ideas como desembarcar una fuerza invasora en la península de Istria en el Adriático norte, para avanzar hasta Austria y los Balcanes, capturar Sumatra como base para un desembarco de los aliados en la Bahía de Bengala, y diversas operaciones más pequeñas como las incursiones fútiles y costosas para proteger Rodas y las islas del Dodecaneso y distraer a los efectivos alemanes del frente ruso. El entusiasmo de Churchill por "incendiar Europa" enviando armas y representantes a movimientos de resistencia también resultaron poco realistas, salvo como fuente de autoestima nacional en la posguerra. Sólo en Yugoslavia y en Rusia los movimientos de resistencia tuvieron una influencia significativa. La insistencia de Churchill en enviar una fuerza británica a Grecia en 1941 para combatir a los invasores alemanes no ayudó en nada a los griegos y, como señala Hastings, debilitó a las fuerzas británicas en el Norte de Africa en el momento en que Erwin Rommel y su Afrika Korps estaban a punto de llegar al desierto. Las ideas ulteriores del primer ministro de dividir a las fuerzas de los Aliados con el fin de combatir en diferentes frentes no sólo enfurecieron a los planificadores estadounidenses sino que pusieron duramente a prueba la ya muy comprometida paciencia del comandante en jefe imperial y custodio militar de Churchill, el general Alan Brooke.

La relación de Churchill con sus generales fue casi siempre poco satisfactoria. Se puso furioso cuando quizás el más hábil de ellos, Archibald Wavell, comandante en Oriente Medio, rechazó su directiva de enviar una gran parte de su ejército ya con efectivos insuficientes de regreso a Inglaterra en 1940. Churchill se formó una opinión falsa e insultante ("el vacilante Wavell" –"Wavering Wavell" en inglés) acerca del general, que Anthony Eden y otros intentaron en vano disipar. En su reciente libro, Warlord , Carlo d'Este describe el trato hostil y autoritario de Churchill hacia Wavell cuando lo convocó a Londres.

El general Claude Auchinleck, a quien Churchill puso en lugar de Wavell, también fue removido cuando Churchill lo consideró inepto. Bernard Montgomery, que sucedió a Auchinleck y obtuvo la primera victoria de Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial en El Alamein, irritaba a Churchill con su engreimiento y su arrogancia. El general Harold Alexander, favorito de Churchill a quien nombró comandante en jefe en el Mediterráneo, era considerado generalmente un comandante mediocre e indeciso.

Contrariamente a lo que afirmaban algunos en esa época, Stalin nunca compartió la opinión de Churchill y FDR sobre la guerra como una lucha común por la libertad y la decencia contra las fuerzas del mal y la tiranía. Sus dos prioridades en las relaciones con sus nuevos aliados eran obtener armas, tanques, aviones, y otros pertrechos, y convencer a los estadounidenses y los británicos de lanzar un segundo frente en Europa lo antes posible para sacar unidades alemanas del frente ruso. En las otras cuestiones, los rusos eran maleducados, terminantes, poco dispuestos a cooperar, desconfiados y escandalosamente desagradecidos por las grandes cantidades de ayuda que tanto Estados Unidos como Gran Bretaña, en un primer momento a un costo terrible en vidas y barcos, les brindaron durante el resto de la guerra.

Churchill, imperialista aristócrata del siglo XIX que había defendido al ejército contrarrevolucionario en Rusia después de la revolución de 1917, era un amigo inverosímil para Stalin, aun suponiendo que el concepto de amistad existiera en el Kremlin. Tanto FDR como Churchill se referían a Stalin como "Tío Joe", sin embargo para Churchill en particular este apelativo amistoso fue volviéndose cada vez más hueco a medida que la guerra avanzaba. Mientras el ejército soviético, causando una enorme cantidad de víctimas, destruía sin parar las divisiones de Hitler, Churchill mantuvo en público su admiración oficial por un aliado heroico. El pueblo británico, y sobre todo los trabajadores, estaban entusiasmados con el esfuerzo de guerra soviético y organizaron manifestaciones para formar rápidamente un segundo frente. Los rusos, con quienes no tenían un trato directo, tendían a caerles bien, mejor que los estadounidenses a quienes consideraban ricos, advenedizos paternalistas –de ahí el lamentable dicho, "Sobre-pagados, sobre-sexualizados y sobre todo: aquí"–.

En sus tratativas con FDR y Churchill, Stalin contaba con una ventaja única. Había simpatizantes comunistas en los niveles más altos del gobierno en Londres (John Cairncross en el Gabinete de Guerra y posteriormente en el centro destinado a descifrar claves en Bletchley Park, Anthony Blunt en el M15, Guy Burgess y Kim Philby en el Servicio Secreto de Inteligencia, y Donald Maclean en el Foreign Office) y en Washington (Harry Dexter White en el Tesoro, Nathan Silvermaster en la Junta Económica para la Guerra, y Alger Hiss en el Departamento de Estado). Estos camaradas y otros enviaron a Moscú enormes cantidades de documentos e información, sin hablar de mensajes Axis descifrados, a través de sus fiscalizadores soviéticos. De modo que, escribe Hastings: "Antes de cada cumbre de los Aliados, los rusos estaban muchísimo mejor informados de las intenciones anglo-estadounidenses que viceversa. Era tanto el material que le llegaba a Stalin desde Londres que siempre había una parte que rechazaba por considerar que se trataba de desinformación, trampas de agentes astutos de Churchill." Este material incluía las actas de las discusiones anglo-estadounidenses sobre numerosos temas, entre otros el momento y la localización del segundo frente. Stalin pudo así en muchos casos enfrentar a FDR y Churchill en asuntos muy sensibles.

4.

Antes de 1940, los términos "prócer" o "gran hombre" rara vez fueron utilizados, si alguna vez lo fueron, con referencia a Churchill. Después de 1940, no se abstenían de utilizarlos ni siquiera quienes no lo querían. Fue como si todos sus dones hubieran encajado en su lugar en ese año para revelar a alguien auténticamente extraordinario. De su coraje físico no existían dudas desde que había cabalgado como húsar en la última carga de caballería del ejército británico en la batalla contra los derviches de Mahdi en Omdurman, Sudán, en 1899. Al parecer, se había sentido muy cómodo en el campo de batalla, y siendo primer ministro añoraba "la música del cañoneo", como la llama Hastings. Durante los ataques aéreos sobre Londres solía estar con sus binoculares en el techo del edificio en Whitehall que albergaba su muy poco seguro centro de operaciones, un lugar atestado de gente, improvisado y desbordante de movimiento, donde el Gabinete de Guerra pasaba la mayor parte de las horas de trabajo.

Le gustaba visitar Dover, el único lugar de Inglaterra bajo fuego directo de la artillería alemana de largo alcance. Fue necesaria la autoridad del Rey Jorge VI para impedirle observar el desembarco del Día D desde un crucero frente a las playas de la invasión. ("Un hombre que debe desempeñar un papel efectivo, con la responsabilidad máxima de tomar decisiones de guerra graves y terribles puede llegar a necesitar la bocanada de aire fresco de la aventura", escribió Churchill compungidamente sobre este episodio.) Finalmente llegó a Normandía el Día D más 6, y regresó al país donde se encontró con el primer bombardeo V-1 en Londres. Churchill nunca vaciló en realizar viajes largos y riesgosos, en general en la incomodidad helada y ruidosa de un avión de combate Liberator.

La fuerza de ánimo y voluntad de Churchill y su capacidad prácticamente infinita para el trabajo hicieron de él el primer ministro más poderoso y con más autoridad en la historia británica, una posición atemperada por su reverencia hacia la monarquía y la Cámara de los Comunes. Aun en 1942-1943, sometido a críticas severas y, en algunos casos, plausibles, tanto en el Parlamento como en el país en general –por el manejo de la guerra y porque él insistía en ser ministro de defensa además de primer ministro– su capacidad para poner a la Cámara y al país de su lado permaneció intacta.

Sus discursos contienen con frecuencia pasajes de perdurable belleza, como uno que Hastings eligió como epígrafe para su libro. Está tomado del discurso fúnebre de Churchill ante la Cámara de los Comunes para su predecesor Neville Chamberlain, un hombre al que había despreciado hasta su última lucha valerosa contra el cáncer.

Son famosos los discursos de Churchill de 1940, pero muchos otros deberían quedar como monumentos a la atracción y la diversidad de la oratoria parlamentaria. A fines de 1944, Churchill estaba siendo ferozmente atacado en Gran Bretaña, Estados Unidos y la Cámara de los Comunes por su política presuntamente reaccionaria en Grecia. La admiración por la Unión Soviética, explica Hastings, parecía haber cegado a sus atacantes a la probabilidad de que si Gran Bretaña no hacía nada, los comunistas pudieran apoderarse de Grecia de manera tan implacable como estaban absorbiendo Europa del Este y los Balcanes. En la Nochebuena de 1944, en medio del llanto y las protestas de su admirable y largamente doliente esposa Clementine, Churchill partió rumbo a Atenas con Eden para tratar de aplacar una guerra civil brutal entre el movimiento de resistencia comunista, ELAS, y el gobierno provisional. Después de la visita de Churchill, se estacionaron en Grecia 90.000 soldados británicos para proteger al país.

5.

Churchill siguió concentrado en ganar la guerra dejando de lado todas las demás preocupaciones, y cuando la guerra europea se acercaba a su fin, esto pasó a ser un problema serio. No tuvo ningún interés en la reconstrucción de posguerra y la conciencia pública de este hecho fue por cierto uno de los elementos que actuaron en su contra en la elección de 1945. Gran Bretaña era todavía un país con una rígida división de clases, e incluso durante la guerra había habido paros y huelgas graves. Los trabajadores y los soldados que habían celebrado a "Winnie" en 1940 llegaron a la conclusión en 1945 de que no entendía sus preocupaciones por el futuro o los enormes cambios, tanto externos como internos, que casi seis años de guerra habían producido en Inglaterra.

Winston Churchill continúa siendo una personalidad singularmente interesante. Vivió a pleno una vida larga y llena de aventura durante la cual se sostuvo a sí mismo escribiendo una cantidad prodigiosa de libros. Fue un pintor aficionado excepcional. Fue un gran soldado, un gran orador y un parlamentario comprometido. Su ingenio y sus réplicas agudas sobreviven en centenares de anécdotas y biografías. Era un bon vivant cuyo consumo de vinos y bebidas alcohólicas es legendario. Fue un devoto hombre de familia, aunque también señaló con respecto a su único hijo, "Quiero a Randoph, pero no me gusta".

Churchill tuvo una visión grandiosa del avance de la historia y de su propio lugar en ella. Aun en su último mandato como primer ministro en la década de 1950, cuando sus poderes ya estaban tristemente disminuidos, sintió que era su deber tratar de contener la deriva potencialmente suicida hacia una carrera desatada por las armas nucleares. En 1952, le propuso a Eisenhower, que recién se había convertido en presidente de los Estados Unidos, reunirse en Moscú para persuadir a Stalin de que la posibilidad de un desastre nuclear superaba en importancia máxima todas las demás consideraciones y diferencias. A Washington no le interesó en su enfoque.

Durante la guerra, Churchill vivió siguiendo sobre todo dos preceptos: "En la derrota, desafío" y "En la victoria, magnanimidad". (Los británicos violaron el segundo cuando permitieron que los cosacos y otros prisioneros anticomunistas fueran devueltos por la fuerza a la Unión Soviética donde enfrentaron la muerte y la cárcel.) Aun en tiempos de los nazis, Churchill anhelaba el momento en que Alemania pudiera ocupar de nuevo el lugar que le correspondía en la familia de las naciones. En la Cumbre de Teherán de 1943, cuando Stalin habló en broma de matar a 50.000 oficiales alemanes cuando ganaran la guerra, y Roosevelt y su hijo Elliott, que lo acompañaba, asintieron cordialmente, Churchill salió como una tromba de la sala disgustado. En la sombría cumbre de Yalta en 1945 le dijo a su hija Sarah, "No creo que en ningún otro momento de la historia la agonía del mundo haya sido tan inmensa y generalizada. Esta noche el sol se pone sobre más sufrimiento que nunca en el mundo". Sus temores a las intenciones soviéticas en la posguerra, especialmente en Polonia, y la aparente indiferencia de FDR al respecto, ensombrecieron su último año en el cargo e incluso el triunfo de la victoria en Europa.

Al final de su excelente libro, Hastings no exagera cuando afirma que Churchill "fue uno de los actores más grandes que ha conocido el mundo en el teatro de los hechos".

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