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NUEVO CINE. LAS IMÁGENES DE NUESTRA ERA

Por: J. Gorodischer | J. M. Domínguez

 

Una basura en la pupila" es la imagen que asocia J. J. Becerra al 3D marca James Cameron. Entre la celebración y la melancolía oscilan las miradas que siguen, de críticos, escritores, meros cinéfilos que leen –en esta edición especial de Ñ– los cambios del cine que nos toca, el que cada vez menos "vemos", el que cada vez más "experimentamos". Esta era prioriza la vivencia, el entretenimiento sobre el espectáculo, el crujido del pochoclo sobre el silencio. Nos promueven las salas de los shoppings y complejos, a pasitos del patio de comidas, como sujetos de accesorio y movimiento contra la antaño quietud del cuerpo apaciguado.

 

Era –la que leerán, páginas adentro– que necesita del anteojo, del pochoclo, el plasma para completar la obra que se contamina o (crea puentes, según el cristal) se contagia, se ensucia (o se enriquece) entre lenguajes de diferentes áreas. En la mezcla, reina la tevé: marca la era de las ficciones fusionadas, dentro y fuera de la pantalla, donde los nombres compuestos (desde "Brangelina" a "Tomkat") intentan validar un mito a la altura del Hollywood dorado de los 50 pero –dictamina Panozzo (pág. 28)– "el material mitológico está aunque falten las películas". Mutua inspiración entre soportes y lenguajes; después de series como Mad Men, como Lost, quien llamará a la tele "caja boba". Era de tramas complejas, de referencias "cultas", de flash back y de fast forward: el cine en 2010 es un objeto analizable –decreta el español Jordi Carrión, pág. 23– solamente en tanto suma de "vasos comunicantes".

 

Nuevas formas de ver, de hacer, de proyectar, de conservar. De cajitas felices a cajas de Blu-Ray, de anteojos para ver 3D a la supuesta revolución de Cameron. Lo que sigue es el mundo de ficciones que nos toca, iconografía posterior a la revolución de los "padres fundadores" (Coppola, Scorsese, Spielberg). La obra se entremezcla con la vida y el pasado suena más glorioso. Redescubriendo el valor exótico y la periferia del mundo (de Rumania a Corea del Sur), la propuesta es abrirse, de aquí en más, del "star system" babilónico de Hollywood para descubrir "monstruos", como Kim Ki-duk y Bong Joon-ho, representantes de un atípico cine industrial que no teme a la experimentación y el riesgo formal. Afloran en los festivales del mundo –en nuestro Bafici, pág. 20–, cientos de directores que no conocíamos, que podemos descubrir a un clic.

 

¿Qué diez palabras condensan la radicalidad de un punto de pasaje, la irrupción de Internet y de la tevé, el espectador activo, despierto, multiestimulado? "3D", falsa palabra como ilusoria es su propuesta de contactar aquella imagen que nos interpela y se diluye en un mismo punch. ¿Cambia el paradigma al nivel de la aparición del sonido o se deteriora la expectación, ya desacostumbrada a los ritmos cautos y la percepción reposada? "Las atmósferas se roban el show", cuestiona Jim Hoberman, de The Village Voice, y Becerra insiste: es suma de meros chispazos.

 

¿Y por qué Darín? Actor nacional que traspasa fronteras y accede a la estatuilla de los deseos postergados, ¿qué más decir si no una fantasía (de Ana María Shua) que imagina ser su antiguo compañero de colegio, envidioso de ese éxito totalitario y esa popularidad de "actor único"? Entrelíneas, el que aparece es el fenómeno que nos involucra a todos, en tanto identificados con el hombre común en circunstancia extraordinaria, el pícaro o el chanta simpático como súmmum de las posibilidades de la actuación, como colmo, o excepción, o reflejo, o todo junto.

 

¿Un país que resuma el mundo que nos toca? Corea del Sur, explica Javier Porta Fouz (pág. 14), porque es aquel lugar en el que la industria propone una utopía: renacer y significar calidad. Corea del Sur: capacidad de crear una industria autosuficiente y con posibilidades de venta al exterior en un mundo donde las opciones parecen reducirse a los "tanques" invasores de Hollywood o el mercado interno masivo marca Bollywood (en la India).

 

¿Por qué "Download"? El cine no remite solamente a la pantalla: se expande a otras pantallas, se completa, se explica, se bifurca, se comenta, se "baja" para ver en casa... Léase, este apartado, al mismo tiempo, como un homenaje a la persistencia de dos revistas, El Amante y Haciendo Cine, cuyos redactores se entusiasman recomendando posibilidades legales de ver, investigar, hacer y pensar el cine.

 

Mezcla, interacción, abolición de nichos, también ocurre por la vía de la animación, a través de Pixar. "Una de Pixar" es expresión de autoría y calidad y fin del target "infantil", forzando los límites de la imaginación a representaciones carismáticas en soportes impensados como la rata parlante Ratatouille o la cucaracha de Wall-e.

 

¿Cómo tomar la posta de un legado único y atemporal como el de Disney clásico y aggiornarse para entrar en una industria millonaria sobre la base de un cuento intimista y espíritu lúdico? Otra vez, que sirva para pensar el cese del enfrentamiento, aquella zona mítica en la que el "mainstream" y el golpe al corazón pueden ir juntos, eje que permite encarar –en una misma serie– al fenómeno Bafici, para masas cinéfilas, tribus expandidas que reclutan nuevos miembros cada temporada. "Es como el carnaval –lo define Martín Rejtman, pág. 21–, un momento donde se subvierten los valores y el que manda es un cine no comercial."

 

¿Esto es optimismo radicalizado? No, trata de islas, de fenómenos aislados, excepciones. Basta un recorrido por las salas porteñas para ver el monopolio de la cartelera a cargo de unos pocos títulos –la mayor parte del año–, basta preguntar para saber que, a diferencia de los 70, –dice Javier Alcacer en su análisis de la herencia– hoy lo que se filma se define en focus groups, y –en ese marco– cuesta a los directores talentosos encontrar un público masivo a los niveles de la repercusión que logró Steven Spielberg estrenando Tiburón, a los 28, en un boom sin precedente en todo Estados Unidos. Hasta Judd Apatow necesita hoy hacer de su nombre una marca y repetirse, y adoctrinar a la tropa que produce para que no se aparte del manual de estilo que prevé libertad siempre que se intuya, como eco lejano, el efectismo de un antiguo molde de comedia sexual a la Porky's.

 

Ezequiel Acuña, autor de nuestras mejores odas a la adolescencia tardía, es el encargado de definir el mérito mayor de su sosias guaso: "No le pone moño a su relato, nos deja una película agridulce, una película sobre el paso de los años". Turno del epílogo. ¿Cómo imaginar lo que se viene, los próximos diez años? Las diez palabras de Quintín (pág. 30) empiezan con el vacío ("Nada") y se van haciendo más ambiguas, imaginando un Hollywood todavía vigente, tecnología cada vez más expandida, nuevas industrias consolidadas (como Rumania), festivales en desuso y un INCAA completamente ineficiente. Ejercicio de imaginación que no podía faltarle a una edición especial sobre ficciones; la coda se apoya –por allí comienza–, como corresponde, en una gran incertidumbre que se basa en pruebas sólidas: la mayoría de las palabras que definen hoy el cine de la primera década del siglo eran impensables allá por 1999.


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