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Vargas llosa

CRÓNICA DE UNA VISITA GUIADA

Por: Diego Erlan

Mario Vargas Llosa pide indulgencia. No está ante el juicio de la historia sino más bien ante el juicio de los recuerdos, de los archivos más íntimos que terminan expuestos al público en la muestra Mario Vargas Llosa: la libertad y la vida, inaugurada el jueves por la noche en el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara, que acompaña al libro homónimo recién publicado por Planeta. Es un recorrido por los objetos que trazan la vida pública y privada del autor de La ciudad y los perros.

"Tenía la impresión de que este tipo de exposiciones se hacían cuando los escritores se morían y no cuando aún estaban vivos", dice el autor al ingresar a este antiguo hospicio para niños abandonados en el barrio de San Juan de Dios. Atraviesa el patio principal de edificio construido en 1810 y observa, recostado en uno de los bancos de la capilla, los murales que el artista José Clemente Orozco pintó entre los años 1937 y 1938.

La definición de escritura, para Vargas Llosa, está basada en la suposición de que las novelas tratan sobre la vida, sobre la experiencia personal, y que esa es la fuente de su autenticidad. A punto de ingresar a las salas, el escritor tiene la sensación de que esta muestra es SDLqun monumento a lo que fuiSDRq. "No reniego de mi pasado -dice-, y aunque tengo una actitud autocrítica hacia mí mismo, lo que soy es producto de lo que he sido". Allí está, entonces, el pasado traducido en fotografías familiares, cuadernos de apuntes manuscritos y su vieja máquina de escribir. Es la primera vez que la muestra sale de Perú y para el escritor, refleja la trayectoria de una persona que a los cinco años le ocurrió la cosa más importante de su vida: aprender a leer. Y agrega: "Hice muchas cosas en la vida, como el periodismo o la política, pero lo que jamás traicioné ha sido la literatura".

Se lo nota contento y sobre el material que se exhibe, Vargas Llosa comenta: "Desde luego que abrí mi casa, mis archivos, mi escritorio, pero si hubiera tenido incidencia en la elección de las cosas habría habido una fuerte censura". En un rincón está la libreta de calificaciones del primer grado del niño Mario, en el Colegio La Salle de Cochabamba. Año 1942: en Lectura tenía un cinco y en Educación Física un tres. En esa misma mesa se encuentran sus primeros versos, escritos a los siete años, esas líneas que Vargas Llosa suplica no leer. "Y si no tienen más remedio que leerlos, perdonadme". La letra es clara: "Quiero hacer de mis versos/ sonetos milagrosos/ y no ruinas lloronas/ ni cantos rencorosos."

"Uno no puede otra cosa mas que sentir nostalgia", desliza Vargas Llosa, emocionado ante la imagen de su abuela el día que cumplía ochenta años o cuando encuentra expuesto el programa de la obra "La huida del Inca", escrita a los 16 con la que ganó el segundo premio en un concurso escolar. ¿Sigue teniendo el programa de esa obra en su billetera, casi como un amuleto? "No, -dice el escritor- lo perdí cuando me robaron la billetera en Holanda". Frente a páginas y páginas de sus novelas mecanografiadas, la pregunta es inevitable: Cuándo vuelve a leer su obra, ¿encuentra que algo falló? "Si tuviera que escribir mi obra de vuelta, creo que lo haría mejor, pero uno siempre ve sólo los defectos." Dice que cada uno de los libros fue una aventura y acepta que con el tiempo ha cambiado mucho su forma de pensar pero no se considera un provocador aunque sus pensamientos puedan generar gran incomodidad en las personas. Se refiere a muchas de las críticas que Vargas Llosa hace de "dictaduras en marcha", como llama a regímenes como el de Chávez. ¿Es pesimista sobre el futuro de Latinoamérica? Dice: "No creo ser pesimista por el crecimiento del populismo en ejemplos como los de Chávez y sus gobiernos vasallos. Son un peligro para el continente, sin duda, pero hay una resistencia creciente en la ciudadanía. Hay una izquierda sensata, más cercana al socialismo europeo, que acepta el libre mercado: son las de Chile, Uruguay y el gobierno de Lula", cierra.

Desperdigadas en el piso de los salones pueden verse reproducciones de la correspondencia que Vargas Llosa mantuvo durante años con los referentes del boom: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez. La primera es una de Fuentes, que le envió desde Nueva York en 1965. En ella, el autor de La región más transparente le dice que espera encontrarlo en París. "Si Julio está allí -escribe Fuentes a máquina-, avísale que voy y que no pude contestar su maravillosa carta sobre 'Cantar de ciegos' porque alguien, en una fiesta en mi casa, se la 'voló', como decimos los aztecas". La carta continúa. En los años que los autores se convirtieron en un punto de inflexión (literario, cultural y comercial) para la literatura latinoamericana, Fuentes reconoce que tanto él como Vargas Llosa y Cortázar tienen algo en común: la crítica a la que están sometidos en sus países. "En México es muy 'chic' atacarme -bueno, como a ti en Perú y a Julio en Argentina-. Si no eres rojo y subvertido eres decadente e invertido y todos con buena conciencia. Ay, la latinidad!"

¿Alguna vez Vargas Llosa se habrá sentido esclavo de su vida? Enceguecido por los flashes y con las cejas arqueadas, el escritor responde: "No lo creo. Siempre me he sentido empujado a defender mis ideas, y mi autenticidad".

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