Hay Marx para rato, a mi manera
Guillermo Rochabrún | Revista Quehacer N° 121
* * *
El «folklore» marxista —como me place llamar a los clichés que
han poblado los manuales de marxismo-leninismo— ha caracterizado al
capitalismo como el conflicto de dos clases: burguesía y proletariado.
Esta imagen ha dado lugar a innumerables dibujos en los cuales un gordo
rebosante de grasa, vestido con frac y sombrero de tarro, se enfrenta
fumando un puro a un grupo de obreros de overall que llevan una llave de
tuercas en la mano. La pregunta que debemos hacernos es si el
pensamiento de Marx sirve solamente para inspirar este tipo de
caricaturas. Así pareciera creerlo Federico Salazar, cuando —quizá
pensando con el hígado— dice que «si se hiciera la encuesta de los
panfletarios del milenio, ahí sí, sin duda votaría por Marx» (Domingo, n.º 74, p. 19. Diario La República, 24 de octubre de 1999).
Si algo ha caracterizado al marxismo ha sido su proclama de ser a la
vez una teoría y una práctica conscientes de sí mismas. A fin de cuentas
es en gran parte gracias a él que hoy podemos pensar que todo
pensamiento está ligado, lo sepa o no, a determinadas formas de
intervención en el mundo. Sin embargo, el marxismo ha pretendido para sí
ser mucho más que eso: ha reclamado la máxima lucidez posible como
condición necesaria para realizar la única práctica que estaría a la
altura de dicha autoconciencia: la práctica revolucionaria. Es
decir, una teoría totalizadora que formaría parte de una práctica
totalizadora. Como podría haber dicho Mafalda, «¡Pavada de ocurrencia,
¿eh?!».
¿Quién, fuera de Marx, ha podido reclamar para sí la pretensión de saber que al escribir El Capital
estaba develando el «secreto más recóndito» de la forma capitalista de
producción, y que al hacerlo estaba disparando «el más terrible misil
que jamás se haya lanzado hasta ahora a la cabeza de la burguesía»?
(Carta de Marx a Johann Becker, 17 de abril de 1867). Alguna base habrá
tenido esta convicción, pues si el pensamiento científico no ha perdido
mucho tiempo combatiendo a modernos profetas y gurús, en cambio las
críticas, réplicas y refutaciones científicas a Marx en defensa del
orden existente han formado un mar prácticamente insondable. Por algo
será.
Y no obstante, desde un momento difícil de precisar —aunque
ciertamente viene desde mucho antes de la caída del muro de Berlín— esta
unidad de teoría y práctica con miras revolucionarias, no va más. Simple y llanamente se agotó. Lo que más daño ha sufrido —amén de haberlo provocado— es el marxismo como política:
como forma de actuación identificable con fuerzas «de izquierda» que se
reclamaban marxistas. Ello ha ocurrido, entre otras causas, por el
desgaste teórico y sobre todo práctico de la categoría revolución
entendida como asalto súbito al poder para desde ahí realizar una
transformación más o menos instantánea y definitiva de la sociedad. Pero
la explicación de esta caducidad podría ser mucho más compleja. A fin
de cuentas, ¿tiene el mundo de hoy algo en común con el de Marx y su
época?, ¿por qué una figura como la suya, tan propia del siglo XIX,
tendría que importarnos hoy en día? Y, sin embargo...
¡FLASH!: MARX EN LA BBC.
El cable trajo la noticia.
En octubre de este año una encuesta de la British Broadcasting Company
hecha a través de internet sobre quién era «el pensador del milenio»
daba a Marx como ganador. El significado exacto de este resultado es
imposible de establecer si no se conocen los términos de la encuesta, su
metodología, quiénes la respondieron, y mil detalles más [1].
Pero ya es significativo que, en un mundo poscomunista, Marx haya
podido quedar, digamos, entre los cinco o diez primeros. Es decir,
podemos suponer que una fracción significativa de quienes votaron por él
lo disociaban del mundo soviético y del comunismo en general. Pero ¿con
qué lo asociaban? No tengo cómo saberlo, pero puedo responder por mí
mismo: ¿tiene el pensamiento de Marx, a mi modo de ver, alguna
relevancia hoy? Quisiera por eso esbozar algunas reflexiones echando una
mirada a dos temas infaltables en las discusiones de nuestros días.
GLOBALIZACIÓN Y POSMODERNIDAD.
Globalización y posmodernidad
son dos categorías en las cuales no creo, pero absolutamente centrales
del debate contemporáneo, aunque cada una se presenta ante la otra bajo
signos aparentemente antitéticos. Mientras el discurso de la
globalización proclama la unidad, la homogeneidad, la cuantificación, la
ausencia de alternativas al actual orden capitalista mundial, y la
objetividad técnica y científica; la posmodernidad, por el contrario,
agita las banderas de la fragmentación, la diversidad, el azar y la
subjetividad. Sin embargo, están lejos de enfrentarse, y antes bien se
complementan. La globalización viene a colocar el férreo marco en el
cual se sitúa el caleidoscopio de la posmodernidad. La diversidad de
ésta sería poco más que un inocuo divertimento, pues a fin de cuentas
ambos proclaman el fin de la historia, así como la futilidad de la
revolución. La primera, porque considera que el orden actual es el único
posible, y la segunda porque —poco más o menos— el orden no existe.
La posmodernidad tiene uno de sus puntos de apoyo en la actual crisis
de las llamadas ciencias «duras», crisis según la cual ellas habrían
pasado a ser las más «blandas» de cuantas existen. De ahí las
humanidades y las ciencias sociales la han tomado como pretexto. Pero,
sin embargo, la posmodernidad no ha penetrado en la ciencia económica.
No en vano ésta se presenta, si no como el discurso, al menos como la
gramática de la globalización. Pues bien, en razón de nuestro tema la
pregunta básica viene a ser si el orden económico mundial sigue siendo capitalista. ¿Tiene algún sentido este término? ¿Marx nos sirve en algo al respecto? [2]
UN CAPITALISMO SIN MÁQUINAS NI CAPITALISTAS Y CON ASALARIADOS CAPITALISTAS.
Veamos. El capitalismo de la época de Marx era industrial, mientras el
de hoy ya no lo es. Obsolescencia del marxismo, se dirá. En particular
desde esa fase industrial, el capitalismo no hace sino revolucionar una y
otra vez las fuerzas productivas. A diferencia de revoluciones
económicas y sociales anteriores, que buscan la estabilidad una vez que
han triunfado, el capitalismo es una «revolución permanente». En los
últimos tiempos esto ha llevado a lo que se llama la
«desmaterialización» de la producción: la producción más importante hoy
en día no sería la que produce objetos, sino la que genera, almacena y
transmite conocimiento e información. Los libros de Alvin Toffler, amigo
lector, nos instruyen sobre esto. En sus propias palabras: «los nuevos
medios de producción no se encuentran en la caja de herramientas de un
artesano ni en la pesada maquinaria de la era de las chimeneas. Antes al
contrario, palpitan dentro del cráneo del empleado, donde la sociedad
encontrará la fuente, de por sí más importante, de riqueza y poder para
el futuro» (El cambio del Poder, p. 260).
Por su parte dice Peter Drucker que en el capitalismo de nuestros
días no hay capitalistas, o en todo caso éstos son los trabajadores
asalariados. Según él, los mayores inversionistas en EE.UU. son las
cajas de pensiones [3], cuyos propietarios son...
precisamente los asalariados. En rigor no son propietarios, dice
Drucker, sino solamente fideicomisarios, y sus fondos no son sino
sueldos diferidos. En rigor, tampoco serían capital. (La sociedad post-capitalista, pp. 84 y ss.).
Estos cambios trascendentales, ¿tomarían por sorpresa a Marx? Para el
folklore marxista todo ello vendría a ser devastador, o cuando menos,
muy difícil de tragar. Pero la sorpresa viene aquí, en estas líneas
escritas hace más de 140 años:
«La naturaleza no construye máquinas, ni
locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, hiladoras
automáticas, etc. [...] Son órganos del cerebro humano, creado por la
mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fijo revela hasta qué punto el conocimiento o saber social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del intelecto colectivo
y remodeladas conforme al mismo.» «[...] el trabajo inmediato se ve
reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y
cualitativamente a un momento sin duda imprescindible, pero subalterno frente al trabajo científico natural, a la aplicación tecnológica de las ciencias naturales...» (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, 1857-1858, vol. 2, pp. 229-230 y 222. Siglo XXI, 1976).
De otro lado, la noción de «industria» no es una categoría teórica en
Marx. Sí lo es, y muy importante, para predecesores suyos como
Saint-Simon, o para contemporáneos nuestros como Dahrendorf o Bell. En
cambio, la categoría central es para Marx... el capital. Y de él
hace una definición estricta: no es el dinero, no son los medios de
producción (lo que en su época serían sobre todo las máquinas, y en la
nuestra el conocimiento aplicado). Es, valor que se autoexpande. En
lenguaje corriente, algo así como inversiones que necesitan dar
utilidades, que deben ser rentables. ¿Es que la riqueza ha dejado de
funcionar de esta manera, por ejemplo, ahora que asumiría formas
inmateriales e intangibles? La respuesta es No. Y que los personajes asuman nuevas fisonomías precisamente por el desarrollo de las fuerzas productivas
es lo primero que afirmaría Marx. Si en razón de estos cambios hay que
decir con André Gorz «¡adiós al proletariado!», en buena hora. La
contradicción central del capitalismo no estaba para Marx en el
antagonismo entre «burgueses» y «proletarios», sino en la antítesis
entre el carácter crecientemente social de la producción, y el carácter
privado de la apropiación.
Por último, y aunque usted no lo crea, tampoco para Marx la categoría de «propiedad» tenía un papel clave, sino la de apropiación. Lamentablemente esto tendré que demostrarlo en otra ocasión, pero a quien le interese vea El Capital,
tomo I, sección VII, el numeral 1 del capítulo «Transformación del
plusvalor en capital». Sin embargo, para decirlo en una frase, también
los obreros pueden comportarse como capitalistas si usan sus recursos
como «valor que se autoexpande».
LA ESCENA CONTEMPORÁNEA.
Nuestra escena contemporánea está
caracterizada, hoy más que nunca, por el desarrollo de fuerzas
productivas que van más allá de lo que el capitalismo puede controlar
(estoy pensando en las amenazas planetarias a la ecología, por ejemplo).
Son los cambios en las fuerzas productivas y de su lugar en la sociedad
[4], la raíz de un escenario social tan fragmentario
donde prácticamente no hay actores sociales ni políticos. De esta manera
hay a la vez la aparición de múltiples pequeños poderes sociales y
culturales, y el mantenimiento de los grandes poderes económicos y
políticos. Así, lo que se da en llamar la posmodernidad no es un
fenómeno pasajero sino constitutivo de los tiempos en que vivimos. Pero
hay al mismo tiempo la creciente polarización entre países desarrollados
y subdesarrollados, así como la aparición en los primeros de fenómenos
de exclusión que antes eran sólo típicos de los segundos.
Ahora bien, para quien la noción marxista de capitalismo siga siendo
significativa, no puede menos que rechazar de la posmodernidad su
carácter dogmáticamente estático. A diferencia de Fukuyama, para quien
la historia llegó a su fin, para la posmodernidad nunca habría existido;
por lo tanto, o el capitalismo es eterno, o nunca tuvo lugar. De esta
manera no sólo no puede responder de dónde viene ella misma, sino que
tampoco puede plantearse la pregunta. No me parece que esta abstrusa
incapacidad pueda ser racionalmente admitida.
UNA TRAGEDIA Y UNA SITUACIÓN INMEJORABLE.
Al inicio mencioné
la caducidad de la unidad de teoría y práctica en la revolución. Creo
que hay ahí un peso muerto del que el pensamiento de Marx se ha
liberado. Igualmente de la idea del proletariado como clase
revolucionaria. De otro lado muchas ideas de Marx, adecuada o
inadecuadamente comprendidas, han dejado hace tiempo de ser «marxistas»,
pues son aceptadas por todo el mundo, a veces con desconocimiento de su
origen [5]. Con los argumentos que he esbozado aquí
alguno podría pensar que la tragedia de su pensamiento habría estado en
su utilización ideológica como arma de combate. No soy de esa opinión;
sería como si las religiones hubiesen debido limitarse a escribir
tratados teológicos, y no debieran haber redactado catecismos para no
quedar distorsionadas.
La verdadera tragedia ha estado en que nunca, ni siquiera los más
lúcidos —y a la vez independientes pero comprometidos intelectuales
marxistas—, dialogaron, debatieron, discutieron, con los más
lúcidos «intelectuales orgánicos» del capitalismo, de modo de conocer y
reconocer mejor las transformaciones de éste. Eso es precisamente lo que
hizo Marx. El hecho es que el «marxismo realmente existente» quedó
sumamente desfasado frente a los cambios en la economía y la sociedad
capitalista. Pero el potencial del pensamiento de Marx, así como sus
límites, se mantiene intacto para quien sepa y quiera aprovecharlos.
ALGUNOS HITOS.
Creo, hasta nuevo aviso, que:
1) La idea de revolución, entendida en la forma en que la hemos indicado, ha quedado en justicia desprestigiada.
2) No hay, en consecuencia, una alternativa súbita al capitalismo.
3) Al mismo tiempo éste sigue padeciendo las mismas
contradicciones económicas y socioculturales que Marx diagnosticara (por
ejemplo, la incapacidad de dar un uso socialmente significativo al
tiempo libre).
4) Por lo que cabe luchar, aun con todo lo improbable que pueda
parecer, es por una autotransformación del capitalismo, que será lenta,
gradual, errática y penosa. Me baso en que según sus mismos ideólogos el
capitalismo muestra estar agotando sus límites conocidos y tendería
hacia formas socializantes en la empresa y en lo que Aníbal Quijano
denomina lo público-social [6].
5) Pero estos ideólogos soslayan o evaden la centralidad de problemas
tales como el desempleo y la exclusión que en los países desarrollados sufren aquellos que no logran insertarse en los escalones superiores del sistema.
Esto, sin pensar en los inmigrantes a tales países, y amén de la brecha
creciente entre sociedades desarrolladas y subdesarrolladas. Si bien
ello no es lo mismo que el aumento de la pauperización de la que habló
Marx, sí se parece mucho al crecimiento de la miseria social.
La «vigencia» del pensamiento de Marx, no tiene por qué significar lo
que Sartre pensaba hace medio siglo («el horizonte insuperable de
nuestra época»), y menos aún lo que Lenin decía ochenta años atrás: «el
marxismo es todopoderoso [sic] porque es verdadero». Muy por el
contrario, ahora podemos tener una claridad mucho mayor sobre sus
límites teóricos (las críticas de Habermas a partir de la comunicación y
la cultura me parecen muy pertinentes). Por último, es
indudable que a partir de la última década de este siglo [XX] estamos en
una situación inmejorable: el derrumbe del comunismo nos da una
libertad inédita hasta ahora para explorar con Marx los problemas del
capitalismo contemporáneo, sin tener que pagar tributo a ninguna
ortodoxia política.
Notas
[1] Bromeando al
respecto podría suponerse que legiones de comunistas desocupados no
habrían encontrado nada mejor para pasar el rato que convertirse en
«marxonautas» del «ciberespacio». Es decir, habrían cambiado a los PC
por los PC (personal computers).
[2] No quiero usar
estas breves páginas en extraer citas que demuestren la «actualidad» de
Marx, pero tampoco puedo resistir la tentación de incluir esta cita de
Alain Touraine: «Relea el Manifiesto comunista de 1848 y
quedará sorprendido al percibir lo actual que es. Sustituya, desde las
primeras páginas 'burguesía' por 'globalización' y reencontrará
inmediatamente el entusiasmo de los comerciantes y financistas de hoy y
el poder aparentemente ilimitado de las fuerzas económicas
victoriosas... La economía es poderosa otra vez. Se habla por todas
partes del achicamiento de los estados nacionales, del desmoronamiento
de los movimientos sociales... El escenario social y político aparenta
estar vacío. No se habla de otra cosa sino de la economía mundial, tan
poderosa, tan omnipresente, que parece estar fuera del alcance de los
esfuerzos liliputienses de aquéllos que todavía intentan controlarla...
Ningún texto define mejor la situación actual que la primera parte del Manifiesto comunista» (Alain Touraine, «El Manifiesto, documento actual», Revista de Ciencias Sociales, n.º 5, pp. 343 y 344. Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa, noviembre de 1998).
[3] Salvando algunas distancias, vienen a ser algo así como nuestras AFP.
[4] Esto incluye la
difusión electrónica de la información y el papel protagónico de los
medios de comunicación masiva. Sin dejar de ser tales, las fuerzas
productivas se han expandido fuera de la producción.
[5] Vayan como
ejemplos, que el hombre es actor y autor de su propia historia, que esa
historia no es la que los hombres querían, que las ideas sólo pueden
entenderse a partir de las condiciones existentes y de aquellas a las que los hombres aspiran,
que la realidad social está cruzada de conflictos, y muchas veces
estructurada por ellos. Pero no olvidemos, como atingencia importante,
que en materia de ideas no hay comienzos absolutos.
[6] Por ejemplo,
Drucker afirma que las empresas actuales requieren trabajadores
responsables y comprometidos. Pero ello a su vez supone que las empresas
se responsabilicen y comprometan con sus trabajadores (¿lo tolera el
mercado capitalista de trabajo, fuera del Japón?). Además —continúa— las
empresas requieren ser socialmente responsables, y los trabajadores ser
solidarios con sus comunidades más allá de la empresa: se requiere
participación y trabajo voluntario. Es decir, buscar un sentido a la
vida más allá del trabajo. Calculo que Marx estaría muy complacido de
conocer estas cosas.
[Publicado en el n.º 121 de la revista peruana Quehacer,
hace ya algunos años; algunos textos de este intersante pensador son
accesibles en internet. Especialmente recomendable es su libro Batallas por la teoría. En torno a Marx y el Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2007, 559 pp.]
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